José Manuel Soto
Las nueces son un fruto seco altamente alimenticio que los romanos y los griegos consumieron en abundancia. Símbolo de una vida sencilla y austera, este fruto se consume en Europa desde tiempos inmemoriales. Como ahora, se tomaban tanto en los aperitivos como en los postres y, como son frutos de invierno, se tomaban en abundancia en los banquetes de las Saturnales, que tenían lugar -como todo el mundo sabe- entre los días 17 al 23 de diciembre.
Antes que nada, hay que aclarar que bajo el término “nux” (nuez) se recogen todos aquellos frutos no carnosos envueltos en un pericarpio duro, o lo que es lo mismo, con cáscara. Por tanto se entienden como “nueces” no solo las nueces propiamente dichas, sino también otros frutos secos. Macrobio en sus Saturnalia (III,18) nos presenta una escena de banquete donde los comensales tienen como tema de conversación justamente los distintos nombres para las nueces, las cuales se han servido de postre. En su lista está la “nuez iuglans”, nuestra nuez de toda la vida, pero también la avellana (la nuez de Abela o de Preneste, llamada por los griegos ‘nuez del Ponto’ o ‘bellota de Zeus’), la castaña (la nuez de Heraclea o de Eubea o ‘bellota de Sardes’), la almendra (que es la nuez griega o nuez de Tasos), el piñón (la nuez piña) y unas nueces tiernas que revelan el origen oriental de esta planta, pues se llaman ‘pérsicas’. Y aún podríamos añadir a esta lista de Macrobio las bellotas y los pistachos, introducidos tardíamente en Italia desde Siria.
Todas las que menciona Macrobio se consideran ‘nueces’, y todas se hallan en la mesa de los postres de un banquete de Saturnalia, una noche de diciembre. Y es que las nueces son protagonistas de las fiestas dedicadas a Saturno, pero no solo como alimento, sino también como juego.
El juego de las nueces era el típico juego de niños sencillo y barato, al estilo de las canicas. No era uno solo sino diferentes juegos, tantos como diesen de sí las nueces (o los huesos de albaricoques u otras frutas): hacer castillos y derribarlos lanzándoles un proyectil, hacer rodar una nuez y apropiarse de todas las (ajenas) que tocase en su trayectoria, lanzarlas a una jarra a ver cuántas entran dentro… “Al niño, triste ya por dejar sus nueces, vuelve a llamarlo el maestro chillón” (leemos en Marcial) puesto que se han acabado sus vacaciones y debe volver a la rutina escolar.
Por cierto, los niños recogían multitud de nueces en las bodas: a lo largo del cortejo nupcial, justo frente al nuevo hogar de los esposos, se arrojaban nueces a los niños como si fueran caramelos. Lo hacían para atraerse la buena suerte, para favorecer la fertilidad y para mostrar -simbólicamente- la renuncia a las diversiones de soltero del recién casado. De hecho, la expresión relinquere nuces o ponere nuces (‘dejar atrás el juego de las nueces’) significaba justo el abandono de la infancia y la entrada en la vida adulta y sus obligaciones y responsabilidades. Hasta ese punto se relacionaba este fruto con los juegos infantiles.
Pero en las Saturnales los niños no son los únicos que juegan a nueces. La cuestión es que los juegos de azar (los dados, las tabas, el cara o cruz) estaban prohibidos por diferentes leyes y se permitían solo bajo circunstancias excepcionales, como los convivia y, precisamente, las fiestas Saturnales. Ahora bien, el decoro exigía que durante estas fiestas no se debía jugar con dinero, sino apostando nueces. Así lo leemos en Luciano de Samósata: “Deben jugar con nueces; si alguien apuesta dinero, no debe ser invitado a comer al día siguiente” (Sat.). La idea es favorecer la igualdad entre todos los que jugasen, ya fuesen ricos o pobres, señores o esclavos, puesto que las fiestas de Saturno buscaban la relajación de las normas sociales y la participación de todas las capas de la sociedad.
De esta manera, apostando nueces en lugar de dinero, nadie salía ganando ni perdiendo bienes de valor. Marcial lo resume así: “Este papel es para mí juego de nueces, es para mí el cubilete: estas tiradas no causan pérdidas ni ganancias” (XIII,1), haciendo una comparación entre sus versos y el juego de nueces, ambos igual de inofensivos y de poco rentables.
Siendo tan populares en las fiestas de Saturno, eran regalo habitual. De hecho, eran el regalo más barato para ofrecer a amigos y familiares: “De mi pequeña finca, elocuente Juvenal, te mando las típicas nueces de las Saturnales”.
Se sumaban así al resto de regalos ‘clásicos’ por Saturnalia, como los cirios de cera de abeja (cerei), que se solían dar a los patronos, y las figuras de terracota (sigilla), que se daban a los niños. Aunque en materia de regalos las posibilidades eran muchas. De nuevo Marcial nos ha dejado constancia de estos presentes (xenia) que se acompañaban de unos versos y que eran de lo más variado: un mondadientes, una escupidera de barro, un cestito de olivas del Piceno, unos anillos, un sujetador, un libro, una cuchara para los caracoles, una garrafa para el agua helada, incienso, un perfume, unos higos de Quíos, unas tetas de cerda, un jamón, un ánfora de garum, un vino falerno…. Regalos adecuados al estatus y capacidad económica de cada uno. Sin duda el intercambio de regalos era uno de los platos fuertes de las Saturnales.
Para acabar, las palabras que el mismo dios Saturno responde a Marcial cuando este le pregunta qué es lo mejor que se puede hacer durante esos días de borrachera: “Juega a las nueces”.